LLOREMOS POR LO FUNDAMENTAL
Por: María Teresa Camacho.
Todavía resuenan a nivel local y mundial las palabras del Papa Benedicto XVI hace unas semanas, cuando expresó, que en el lugar donde nació Jesús, “no había ni burro ni buey”. No se demoraron en salir al aire todo tipo de reacciones.
La gente desconcertada se preguntaba: “¿Cómo así?”. Pienso que lo dramático sería que se nos dijera “¡qué no había habido Niño en el portal de Belén!”, que nuestra realidad fundamental Jesús, el Cristo, era solo un espejismo, que la encarnación del Hijo de Dios nunca se llevó a cabo y que nuestra celebración navideña se inspiraba en una infantil leyenda! En ese preciso momento, sí nos consumiríamos de tristeza profunda, perderíamos el norte de nuestra existencia y se apagaría la luz de la esperanza del encuentro definitivo con el Dios humanado y glorificado. Lloremos, por tanto, por lo fundamental y no por lo circunstancial. Lloremos sí a nuestras anchas, por el olvido consciente que viven muchos hombres y mujeres por haber arrumado al Dios de la vida y de la esperanza en un recóndito rincón de sus vidas. Lloremos porque los pobres de la tierra mueren de hambre y sed, de justicia.
Lloremos porque se ciegan las vidas de tantos inocentes cuando su madre los aborta. Lloremos por la inmisericorde violencia contra la mujer y por todas las formas de violencia. Lloremos por los fundamentalismos religiosos que alejan, sin compasión, a los seres humanos del deseo divino de que vivamos como hermanos y hermanas. Lloremos porque hemos convertido nuestro mundo en una árida e inhóspita expresión de desenfreno cruento, de las bajas pasiones.
Lloremos porque la lista de “nuestros lloremos” es interminable. El burro y el buey, criaturas de la creación, seguirán pastando en los verdes campos, por lo menos en aquellos que todavía no se han agostado por la irracionalidad del hombre. El burro y el buey perdurarán simbólicamente en nuestro pesebre navideño, pero recordemos, que a pesar de ser tiernamente tradicionales, se remiten a los circunstanciales.
El Niño Jesús es el capullo de la Salvación. ¡Él sí es el fundamental! ¡Clava tus decididos ojos en él, inclina tu cabeza, hinca tu rodilla con actitud humilde y alábalo eternamente y vivirás!