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ENTRE FANTOCHADAS Y PANTOMIMAS


Foto: obra "Acción de Duelo" por Doris Salcedo

Foto: obra "Acción de Duelo" por Doris Salcedo


¿Cómo creer en Dios y no creer en la paz propuesta por Santos? Me he hecho, como católica, esta pregunta una y mil veces y lo más sensato que puedo decir es que la paz de Cristo, como efecto, proviene de causas verdaderas como, por ejemplo, de un acto de humildad de la persona humana, que arrepentida del pecado cometido, inclina la cabeza e hinca la rodilla ante el Dios de la vida para pedirle perdón por el mal obrado. Otro sentido alberga la paz política propuesta por Santos, que tiene más sabor a arreglos políticos que buscan obsesivamente unos fantoches y embaucadores para satisfacer sus intereses particulares o los de su grupo.


He seguido de cerca este proceso de La Habana el tiempo que lleva “al aire”, con el fin de darle inteligibilidad al pensamiento de la izquierda, que se proclama con orgullo, ateo, y habla de paz, y condena, de antemano, de “guerreristas” y “enemigos de la paz” a quienes no creemos en la pantomima de la “paloma en la solapa”. Aclaro, que hace tiempo, no confieso ninguna ideología política porque me repugna la mayoría de las propuestas por sonar amañadas conveniencias del momento. Ver cómo algunos políticos cambian de partido, me indica que no tienen convicciones y creencias dignas de seguir.


Creo que una propuesta sensata y respetuosa “para defender los derechos de los pobres” debe estar inspirada en el amor por el prójimo inspirado en Cristo y en su testimonio revolucionario, que lejos estuvo de las armas, del odio y de las trapisondas. Por consiguiente, ¿cómo, creerle a Santos, a sus aúlicos y a sus amigos farianos, cuando hemos presenciado de cada uno su iniquidad hecha expresión en actos puntuales, gestos desconcertantes y palabras vacuas, que no han hecho sino ultrajar la dignidad de muchos colombianos y colombianas?


Sepan señores, que a mi gusto, no merecen el nombrado señorío, que su praxis en la búsqueda de una paz ininteligible, que al bien entender de varios millones de ciudadanos y ciudadanas, es un espejismo lleno de senderos mortales, maquinado por vampiros, con el fin de adueñarse del poder para acomodar la ley a sus caprichos, para pisotear la justicia con el aval de altos funcionarios de la rama judicial, para desvirtuar la verdad, para atropellar la sensatez y desdibujar lo que significa una paz verdadera como la que Dios quiere para la historia de la humanidad.


Siento un vacío que penetra mis entrañas porque como ciudadana y, aún más como católica, me siento engañada, ultrajada e irrespetada por muchos grupúsculos que hieden a corrupción porque han ensangrentado y desangrado la moral, los principios y los valores. ¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal! (Is 5,20).


El 23 de septiembre de 2015, al presenciar el despliegue televisivo del acontecimiento de la Habana sentí dolor de patria, porque en semejante “show” corrían ríos de sangre de tantas y tantos inocentes que clamaban verdadera justicia. Mi lectura ante el infame hecho, confirmaba, que detrás de bambalinas, han yacido y yacen los lobos feroces- Fidel Castro y su hermanito, Raúl-, quien con aire triunfalista, se otorgó un inmerecido reconocimiento de reconciliador al hacer que Timochenko y Santos se estrecharan las manos, cuando sabemos que al admirable pueblo cubano le mutilaron sus alas de libertad y si no es así, que lo confirme el bienamado Papa Francisco cuando le arrebataron a los disidentes de sus amorosas manos en su reciente visita a La Habana.


Este proceso de paz santesco en la Habana tendrá efectos nefastos porque quien construye sobre barro, entendido éste como trampa, mentira, artimaña y patraña, está confinado a presenciar una tragedia. No creo en los hechos que hayan sido gestados sobre la malosa ambición, haciendo creer que es por el bien de los pueblos y de su gente. Dudo, profundamente, del líder perverso con cara de “bonachón”. De éste pienso, más bien, qué falencia tendrá en su vida emocional, afectiva y espiritual para buscar de la manera más desesperada el reconocimiento de las mayorías. Estas palabras describen, también, a los farianos que entran como “pavos reales” a la supuesta mesa de negociación en La Habana.


Y, finalmente, ¿cómo no hacer alusión a otro acontecimiento escabroso…¡el de Quito…cuando Santos se reunió con Correa y Maduro, que con sonrisas estilo “hienas”, jugaban a la reconcililación? Sabemos con lujo de detalles lo beligerantes y circenses que han sido y son y que fueron convocados para representar el papel en la obra de teatro. Le preguntaría a Santos, ¿por qué se dejó manosear de quien está haciendo padecer a los colombianos en la frontera? O, ¿será, que ya estaba decidido en el libreto? Exhortaría al cuarteto reconciliador, excluyendo al señor Tabaré Vásquez, a recordar todo el sufrimiento que han infligido a sus pueblos por su egolatría, por sus delirios de grandeza.

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