EL VERBO DE DIOS SE HIZO CARNE
Por: María Teresa Camacho
¡Qué maravilloso misterio es el de la Encarnación de Hijo de Dios! ¡Qué maravilloso acontecimiento de vida y de esperanza! ¡Qué acto de generosidad de Dios para con la humanidad! Sin embargo, al “leer” las acciones de nuestro mundo parece como si esta contundente realidad no hubiera permeado los corazones de los que habitamos en el planeta llamado Tierra. Los hechos nos hablan con ojos entristecidos.
Nos preguntamos, ¿cómo podríamos rescatar el profundo significado del nacimiento del Niño Salvador para el mundo, especialmente para los cristianos y cristianas, que han decidido partir hacia horizontes más lejanos? ¿Qué implicaciones ético-morales tiene el misterio de la Encarnación? Para responder estas preguntas, la persona humana debe recurrir a sus experiencias por ser estas el espacio donde habla el Dios humanado.
Su morada es nuestra vida, desde allí se dirige a nosotros con impecable respeto de nuestra realidad. Nos ama tanto que es capaz de hacerse pequeño y sentarse en el rincón de nuestra vida hasta que le demos licencia para actuar. Vivir a Jesús, el Verbo encarnado, es vivir acompañado/a. Es transitar por la incertidumbre de la cotidianidad, sabiéndose amado, apoyado y protegido. Es tener un amigo fiel a quien podemos abrir y vaciar nuestro corazón. Vivir a Jesús es vivir en esperanza y alcanzar el horizonte de los sueños que se vuelven realidad. Vivir a Jesús, el Niño humanado, es despojarse diariamente de lo mundano que pesa o adormece, para comportarse como hijo/a de Dios y actuar rectamente en libertad.
Quien vive a ese maravilloso pequeño-gigante del Pesebre ama con un amor oblativo que le permite al amado querer en libertad. Quien vive a ese maravilloso pequeño-gigante del Pesebre perdona, asumiendo a quien le hizo daño, conla conciencia de haber sido él y ella una vez perdonados. Quien vive a ese maravilloso pequeño gigante del Pesebre cultiva la esperanza en sí mismo/a y la promueve en medio del mundo para perpetuar en cada corazón el deseo de saborear los exquisitos manjares de la vida en el Espíritu.
Ardua tarea tenemos, porque cultivar a ese Dios humanado en la vida implica gracia divina y trabajo interior. Es vivir cada amanecer consciente de que Él nos ama pero, a su vez, nos invita a traslucir su amor en acciones limpias y transparentes, para que a través de ellas los demás exclamen: ¡El Niño vive, Aleluya, Aleluya!
P.D. ¿Cómo crees que los colombianos nos estamos desempeñando en esa ardua tarea de cultivar a ese Dios humanado en la cotidianidad de nuestra realidad?