La Iglesia: ¡Tan divina y tan humana!
Es inevitable que ante la consabida renuncia del Papa Benedicto XVI se sigan suscitando preguntas sobre el porqué de la renuncia y surgiendo especulaciones sobre lo acontecido. Las ondas del malestar perdurarán mucho tiempo por el ímpetu de la borrasca. Simultáneamente, la Palabra de Dios, ricamente elocuente y esperanzadora, nos alienta hoy viernes, por medio de la liturgia, y enciende de nuevo la luz en medio del sendero tortuoso por el que pasan su adolorida Madre, la Iglesia, y sus acongojados caminantes en Cristo.
El apóstol Pedro, en la primera lectura, recuerda a los ancianos (presbíteros) que apacienten la grey de Dios que les ha sido encomendada…; no por mezquino afánde ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que les ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey (IPe 5,1-4) y el Evangelio de san Mateo (Mt 16, 13-19), como lectura central, nos reconforta al presentarnos las contundentes palabras que el Señor Jesús dice a Pedro: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobreesta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contraella”. (Mt 16,18).
Cae la Palabra como fresco rocío en el árido y desolado desierto eclesial. Nos recuerda que, a pesar de ser Ella- la Iglesia- tan humana y pecadora, tenemos la certeza -quienes la amamos- que quien la anima es el Santo Espíritu divino y que las fuerzas del mal, anidadas en los corazones de muchos o pocos de sus miembros, no la harán sucumbir, porque el Todopoderoso, anonadado en la cruz, es fiel a sus promesas y estas son de salvación. Padece, sí, la Iglesia, en estos álgidos momentos y ha padecido en otros, pero la Palabra de Dios es garantía de vida; es veraz, confiable y amorosa y, nuestra garantía es, que lo que Él dice se hará.
Confiemos que las escandalosas vivencias y sombrías expresiones “de lo humano” en el fuero de nuestra Madre Iglesia en este momento histórico y en los otros se tornen en semillas de un nuevo cielo y de una nueva tierra, por medio deltoque divino de la gracia, que redime e inspira lo bueno, lo noble y lo deseablepara sus hijos e hijas dentro y fuera de sus fronteras.
Por : María Teresa Camacho