!Tú...ser especial!
Por María Teresa Camacho
El mes de mayo es el mes esencialmente mariano. Es el mes dedicado a la mujer perfecta de la Historia de la Salvación, María de Nazaret. Evocamos en ella, simultáneamente, al ser más sagrado para el ser humano: su madre. Esa mujer tan única que nos acogió en su seno durante los largos meses de gestación.
Desde la vida intrauterina la comenzamos a conocer. Oímos su voz, sentimos sus caricias, palpamos sus angustias, gozamos con su alegría y nos alimentamos de su savia, de todo su ser físico, mental y espiritual. Este mes de mayo no pasa desapercibido a quienes tienen el privilegio de cultivar en sus entrañas el olor particular de su mamá con su especial presencia y cercanía
¿Qué es lo que nos conmueve de esta maravillosa mujer? ¿Qué es lo que nos inspira cuando al regresar a casa esperamos con ansia escuchar su voz desde cualquier rincón? ¿Qué significado profundo tiene el haber sido tejido en sus entrañas?
Lo que nos cautiva y conmueve de ella es que su ser penetra nuestra intimidad y nos conoce la esencia. Nos lee como un libro abierto, nos conoce y comprende nuestros estados de ánimo, nos acepta nuestras rabietas, nos perdona nuestras ingratitudes y nos invita a superarnos como personas humanas. Su fuerza y dinamismo se tornan en nuestro ánimo. Pero, lo más sublime de este ser llamado mamá es que sabemos que es el único que daría la vida por nosotros y nos defiende ante el mundo como una leona a sus cachorros.
Esa certeza de amor nos impulsa al éxtasis de la alegría al sentirnos tan amados, sublimados, protegidos. Su maternal amor nos hace reposar confiadamente en el recinto de la seguridad afectiva, fuente de los seres saludables, que a su vez, se tornan en sólidos pilares para la sociedad por ser personas forjadas y cimentadas en el amor y en los principios y valores humanos y espirituales. Esa, su presencia, expresada a través de besos, caricias o de una bendición antes de acostarnos, nos alivia las asperezas del día, nos sana las heridas abiertas, nos tranquiliza la ansiedad del alma.
Dediquémosle a ella en este mes de mayo lo mejor de nuestro ser, como fruto de nuestra admiración y desde lo más íntimo de nuestro fuero interno, emitamos un “grito de amor”: ¡Gracias, mamá, por todo lo que has hecho por mí!
¡Gracias, también, María, la Virgen hecha Madre, por habernos regalado con sabido desprendimiento al Niño del pesebre. ¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!