Un hombre extremadamente peligroso
14 de Agosto de 2013
Cómo es de curiosa la vida. Hace un año escribía sobre lo mismo. Era una tarde soleada y lo hacía cerca a la terraza de un apartamento. Hoy escribo desde un lugar distinto y hace frío. Quise esperar a que pasara el día para no escuchar nada distinto al silencio, las manecillas del reloj que cuelga de la pared y las gotas de lluvia.
Y lo recuerdo de nuevo: hace un año escribía sobre lo mismo. Sucede que la memoria se va construyendo así, amarrada a los días del calendario, sudando tristezas y alegrías, como en una cuenta regresiva para volver a repasar la historia. Es como si los recuerdos nos esperaran en la esquina de los días y nos miraran a los ojos diciéndonos que la memoria no envejece, solo se hace más fuerte. Hace 14 años mataron a Jaime Garzón y el día en que saldrá publicada esta columna, será un día más, uno como cualquier otro.
Jaime tenía tantas voces, tantas caras, que terminó por representar al país entero. Y Colombia lo necesitaba. Jaime se atrevía a decirle al poder lo que el país no era capaz de decirle. Se atrevió a echarle en cara a esa clase dirigente que era arrogante, perezosa, inoperante, acomodada, politiquera, corrupta, leguleya, torpe, miserable, burda, perversa, oportunista, ladrona y cínica. Por eso, Jaime Garzón era un hombre extremadamente peligroso: porque era una amenaza para una clase que se ha expandido como lo hacen los virus gracias a la complacencia, al silencio y al miedo de nosotros. Y entonces le quitaron al país las ganas de reír.
Por: Andrés Castañeda
Se burló del poder, del presidente, de sus ministros, de los militares, de la guerrilla, de los paramilitares, de los aristócratas, de los gomelos, de los periodistas, de los godos y los liberales. Y Colombia se reía, no solo de lo que decía Jaime sino también de la incapacidad de reaccionar ante la realidad.
Jaime Garzón le enseñó al país que tenía derecho a perderle el respeto a los que no se merecen respeto. Fue objetivo de paramilitares y de sus aliados en la política que aún hoy, catorce años después, se esconden como serpientes debajo de las piedras, escapando para que la tenacidad de la verdad nunca toque a la puerta de sus casas a reclamar justicia.
Ahora que quizás la historia empiece a pasarnos la cuenta del olvido, y que debemos cargar con la cruz de ser colombianos sin derecho a reírnos para apaciguar el dolor, debemos usar por lo menos el derecho a indignarnos, a reclamar y a no respetar a esos que no nos respetan. Jaime fue beligerante y estando al filo de la muerte reclamó el derecho que tiene todo hombre singular a morirse de la misma manera. Y tuvo un adiós de carnaval. Un carnaval de lágrimas que no se secan, claro está, pero un carnaval al fin y al cabo Nos quitaron a Jaime, pero nos dejaron su legado, su manera singular y su carnaval. Por eso intentamos reírnos mientras seguimos llorando, mientras seguimos viviendo. No es que nos duela Jaime (porque nos duele)… es que nos duele el país que nos tocó vivir.
Si Jaime Garzón estuviera vivo, el país no sería distinto, pero al menos aún tendríamos derecho a reírnos de nosotros mismos.